Capítulo 63

Siento no haber puesto capítulo ayer, para compensaros, este lo he hecho un poquito más largo :)

Los mutos se abalanzan instantáneamente sobre su presa y abrazo a Katniss aliviado. Esperamos a que suene el cañonazo, pero este no lo hace y lo único que oímos son los gruñidos de las criaturas y los gritos desgarradores de Cato, que consiguen llegarme al alma. Atraigo más a Katniss contra mi y cierro fuertemente los ojos, desearía taparme también los oídos.

Creo que Cato sigue luchando, todavía no se ha rendido porque aún oímos de vez en cuando los ocasionales gemidos de algún muto que ha sido alcanzado por su espada, cuchillo, o lo que sea. Pero este no aguanta eternamente y los mutos acaban arrastrándole al interior de la Corncopia. Ahora sus gritos nos llegan algo más amortiguados, pero igual de claros y más seguidos. No he abierto los ojos en todo el rato, la cabeza de Katniss está apoyada sobre mi hombro y me intento tranquilizar acariciando su trenza.

La pierna me duele más que nunca entre la carrera y la mordedura del muto. También sangra y debajo mia se está formando un inmenso charco. Estoy temblando incontroladamente, no sé si es por el frío o porque noto que me está subiendo la fiebre por momentos. Quiero irme, quiero que acaben ya los juegos. Sería tan fácil dormirse aquí, dejar que todo acabe para siempre y no volver a oír gritos de gente sufriendo. Ojalá Cato se callase ya.

Recuerdo a quién tengo entre mis brazos y me obligo a ser fuerte por ella y por las cosas que nos esperan si sobrevivimos a esta noche. Levanto la cabeza y busco en sus ojos grises la esperanza que necesito, pero lo único que hace Katniss es escudriñarme de arriba a abajo. Se detiene a la altura de la pierna y descubre toda la sangre que mancha la dorada Cornucopia. Intento evitarlo, pero antes de que pueda hacer nada, ella se quita la chaqueta y se arranca la camisa verde claro. Se pone la chaqueta sin perder tiempo y aún así puedo ver que se ha quedado helada y tiembla más que yo. Hago un amago de incorporarme para abrazarla, pero ella me lo impide.

-Escucha, Peeta, tu pierna sangra demasiado, así que voy a intentar ponerte un torniquete ¿vale?

Asiento con la cabeza y ese simple gesto me produce mareo. Katniss se acerca a mi y con manos temblorosas, coge una tira de su camisa y envuelve con ella mi pierna. Aprieta el nudo con ayuda de una de las fechas y siento lo mismo que cuando Cato me estaba estrangulado, solo que esta vez no me falta el aire.

-No te duermas.-Me previene.

Agradezco que me lo diga, porque ella es mi único soporte en este momento, la única razón por la que no cierro los ojos y me rindo.

-¿Tienes frío?-Pregunto.

Abro mi chaqueta y ella se arrebuja dentro. Así se está un poco mejor, no estoy tan helado y la pierna ya no me duele tanto como antes de que me pusiese el torniquete.

-Puede que Cato acabe ganando.-Susurra ella.

-No digas eso.-Respondo, porque lo único que no podemos perder es la esperanza.

No sé cuánto tiempo estamos aquí arriba, ya no me importan ni el pasado ni el futuro, estas dos realidades me parecen muy ahora lejanas, como si se tratasen de algo irreal y pertenecientes a otra vida. Mi mente se concentra en permanecer despierta, me concentro en el cuerpo de Katniss contra el mío y recuerdo todos los momentos que hemos pasado juntos para atesorarlos para siempre en mi memoria. De repente, me acuerdo de mi canica naranja con el dibujo de Katniss sosteniendo el diente de león. Hace mucho que no la tengo, debió de perderse cuando Cato me acuchilló la pierna, probablemente esté en el fondo del río. La verdad es que no me he acordado mucho de ella desde que tengo a la verdadera Katniss a mi lado.

Según pasan las horas, los gritos de Cato bajan de volumen y se convierten en lloros y gemidos. El solo hecho de que alguien pueda estar disfrutando de este espectáculo me pone enfermo, el sufrimiento humano no es divertido por muy útil que sea para controlar a las masas. Me imagino el panorama que se vive en el Capitolio. La gente habrá salido a las calles a ver el espectáculo en las pantallas gigantes y desde allí animarán a los mutos proclamando que quieren más.

-¿Por qué no lo matan y ya está?-Dice Katniss con la voz ronca por estar tanto tiempo en silencio. Se inclina hacia el borde de la Cornucopia intentando ver algo aunque los dos sabemos que Cato sigue dentro del cuerno.

-Ya lo sabes.-Respondo sin más.

El tiempo sigue pasando y la luna parece que no se mueve, permanece quieta encima de nuestras cabezas iluminando todo con su plateado resplandor. Tengo sueño, mucho sueño, hace siglos que no descanso y me siento agotado. Cerrar los ojos es fácil y en un parpadeo ya no los vuelvo a abrir. Las vaporosas manos del sueño me dan alcance y me trasladan a un limbo entre el sueño y la vigilia donde la promesa de la felicidad parece real.

-¡Peeta!-Alguien grita a mi oído y abro los ojos súbitamente. Katniss me está zarandeando y continúa gritando.-Peeta, no te duermas por favor, no me dejes sola.

Hago un esfuerzo enorme y mantengo los ojos abiertos. Miro al cielo y veo algo que me da cierta esperanza, la luna se ha movido desde la última vez que la vi. No mucho, pero esto significa que en algún momento tendrá que ocultarse y dejar salir al sol.

Me dedico a seguir la trayectoria de el satélite y a contar las estrellas para evitar quedarme dormido. Recuerdo que en el Capitolio no se veían las estrellas de noche por la cantidad de luz de las farolas. Entonces me pareció triste pero ahora pienso que tal vez era una forma de ganar terreno a la noche, hoy he entendido que esta puede llegar a ser aterradora.

No me consuela pensar que no soy el que peor lo está pasando esta noche. Ya no oímos a Cato, pero los mutos siguen aquí, rayando el metal con sus zarpas y gruñendo satisfechos con su presa.

Cuando voy por la número 221.113, las estrellas comienzan a parecer borrosas y me cuesta trabajo distinguirlas. En la franja del horizonte, allí donde acaba el lago, una uña de luz anaranjada empieza a aparecer y el cielo se tiñe de rosa y oro. Zarandeo a Katniss que está repitiendo las cuatro notas de los sinsajos una y otra vez y mira hacia donde le indico. Una débil sonrisa de dibuja en su rostro al ver la luz de nuevo y entonces oímos la voz de Cato, que es apenas un susurro muy cerca nuestro, justo debajo de donde nos encontramos.